Todo empezó bien para el Ejército de maniobra, pero muy pronto se toparon con lo que a la larga se convertiría en la gran piedra en el camino. Campesino y su 46 división era parado en Quijorna y el vértice Llanos, el XVIII Cuerpo de Ejército tenía que emplear todo un día para reducir la guarnición de Villanueva de la Cañada y Líster, al mando de la 11 División, se paraba en Brunete, ante el miedo a seguir penetrando teniendo la inmediata retaguardia tan poco asentada. Sin este terror a dejar los flancos desprotegidos, los hombres de Líster hubiesen podido avanzar por la carretera a Sevilla la Nueva, cruzar el Guadarrama y ocupar Villaviciosa de Odón sin casi oposición. Pero no fue así y en la practica poco más de 400 soldados nacionalistas paraban unas huestes formadas por 90.000 hombres.
Ese parón, que para los de enfrente supuso un tiempo de oro, sirvió para que las escasas tropas localizadas en el sector se aprestasen a la defensa en lugares estratégicos. La más notable de estas pequeñas movilizaciones fue la del comandante Álvarez Entrena, que se situó en la carretera a Sevilla la Nueva con 200 hombres sacados de las oficinas de Villaviciosa. Colocados a 2 Kilómetros al sur de Brunete, consiguió que por ahí no pasase ya nadie durante el resto de la batalla.
De manera menos sonora, unos cuantos hombres procedentes de Boadilla se instalaron en la vertiente Este del río Guadarrama, dominando así el paso del río. El puente ya había sido volado, de forma que cuando un pequeño destacamento de la XV División Internacional fue a cruzar por el vado se encontraron un escaso pero certero fuego procedente de posiciones bien escogidas. Al Este la incursión también era paralizada por un puñado de combatientes.
Estas tierras, tan óptimas para la defensa pertenecen, en parte, a Los Barros.
Diez años atrás, verano arriba verano abajo, la tribu que formaban mis sobrinos mayores se empeñó en que quería una cabaña. A mí, que disfrutaba mucho con estos juegos, me faltó tiempo para ponerme en marcha. Con una sonrisa recuerdo la ilusión con que María, que le gustaba más mandar que cualquier otra cosa, se puso a organizar a los un poco más pequeños. Ibamos a construir una atalaya desde la cual se tendrían unas magníficas vistas y así poder vigilar a los mayores. Yo, que obviamente pertenecía al grupo de los mayores, quedaba exento de sospechas y no tenía que ser vigilado porque fui adoptado por los pequeños. La casita tenía además que estar protegida del sol y situada a una distancia prudencial de la casa de Los Barros.
La elección del emplazamiento fue sencilla: un grupo de encinas situados en lo alto de una barranca que familiarmente conocíamos por "el mirador". Con orientación Oeste / Sur-Oeste, desde allí se dominaba el valle del Guadarrama y se podía ver desde Navalcarnero hasta Villanueva del Pardillo, pasando por Brunete. Por supuesto el camino desde la casa también quedaba cubierto desde la cabaña. Si mis sobrinos querían vigilar sus secretos ese era el sitio.
La construcción fue la parte principal del juego y más tarde, con la llegada del invierno de hace diez años, solo iban para "ver como estaba".
Con la forma diferente de ver los paisajes que ahora tengo, fui al mirador el pasado fin de semana. Y busqué restos de la batalla en ese sitio privilegiado. Sabía, por las experiencias de Mocha y Loma Fortificada, que donde los niños hacen casitas, los mayores también se la juegan. Cuantas veces he estado allí, con tribu y sin ella, sin ver nada de lo que ahora veo. Allí es donde primero he llevado a visitas, amigos y amores durante todos estos años. A todos les he explicado el paisaje y, por supuesto, la cabaña, de la que aún hay restos.
Ahora les podré contar desde una trinchera bien visible, y que todos estos años me había pasado inadvertida, que allí, en mi querido mirador, hubo barro rojo.
Fotografías: Arriba, panorámica del campo de batalla desde el Mirador, restos de la casita de la tribu y material de guerra recuperado en el mirador.